Felipe Aizaga encontró su personalidad detrás del violín
Felipe Aizaga encontró su personalidad detrás del violín
En la casa de Felipe Aizaga suena el concierto para violín de Chaikovski, considerado uno de los más difíciles de ejecutar. La melodía proviene de un tocadiscos con un vinilo que gira sobre su propio eje en un movimiento hipnótico, como la música que proviene de él. El violinista de 31 años dice que son pocos los momentos del día en los que no está escuchando –o tocando– música.
La historia musical de Felipe empieza desde antes de nacer. Su papá, de quien heredó su nombre, era violista y violinista, y estudiaba todos los días. Así, de una forma muy consciente sus padres lo expusieron a la música clásica cuando aún estaba en proceso de gestación.
Es que Felipe tuvo la suerte y el privilegio de tener una gran familia que “siempre estuvo cargada de música”. Su padre era músico, como también sus abuelos y como lo son sus tíos: Patricio Aizaga (director de la Fundación Orquesta Sinfónica Juvenil del Ecuador, FOSJE) y Eugenia Aizaga (flautista y piccolista de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador, OSNE).
“Vengo de una familia de músicos clásicos y yo también soy clásico. Pero, además, exploré otras ramas de la música que me llamaron la atención. Como el rock, jazz, tango, música celta o árabe, ‘world music’, country, gypsy... todos los géneros que he podido”, cuenta el violinista. Y añade: “Sí salí un poquito más rebelde”.
Aun así, detalla que estudió Dirección Orquestal y a la par del violín toca el bajo eléctrico. A sus 31 años ha pasado por todo tipo de bandas, desde cumbia hasta rock. Esa diversificación es su fuerte.
Hoy en día es parte de tres agrupaciones: Celtic Trip (de música celta latina fusión, como él mismo describe al género), del cuarteto Las Cuerdas de la Muerte y de la banda Para Perros y Gatos. En dos de los proyectos en los que participa tocaba el fallecido maestro Tadashi Maeda, quien fue también su profesor durante un tiempo en su infancia.
Pero su principal maestro fue su papá, quien falleció cuando Felipe tenía 13 años. El hijo, a su manera también, ha seguido sus pasos. Como su padre, es maestro del método japonés Suzuki (ideado para aprender a tocar un instrumento) de violín. Su progenitor fue el primer maestro Suzuki de violín de todo el país. Ahora, el músico también es profesor de violín (de jazz) en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ).
La memoria del violinista está plagada de recuerdos musicales. De su abuela tocando el piano y cantando para él. De las melodías que le enseñaba su abuelo Claudio, que persisten todavía intactas en su mente. O de cuando un día llegó su papá a la casa –tendría unos 4 años– sosteniendo un pequeño violín bajo el brazo.
En ese momento, se podría decir, que empezó su carrera musical. Cuenta Felipe que, durante la época escolar, era el niño al que le costaba la parte académica por las mañanas, pero que por las tardes era concertino en una orquesta. Con apenas 10 años debutó como solista interpretando el Doble Concierto de Bach con la FOSJE.
Asimismo, ha tenido la oportunidad de formarse con grandes maestros, además de su papá, como el músico venezolano Gregory Carreño.
El cambio de dirección llegó con la adolescencia cuando pudo experimentar con todo tipo de estilos musicales. Fue también cuando se ofreció para tocar el bajo eléctrico (sin saber hacerlo) en la banda del colegio. “La clave ha sido nunca decirle que no a nada. Ese es el aprendizaje”, confiesa. Sin embargo, destaca que hay que comprometerse a hacerlo bien.
No quedarse solo en lo clásico y diversificar le ha permitido encontrar su propia personalidad como violinista. Entre sus últimos proyectos están los conciertos sinfónicos que se organizan en el Jardín Botánico, para los que hace también los arreglos. Una oportunidad más para expandir sus horizontes
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