40 años de puro amor entre Enriqueta Terán y el baile
40 años de puro amor entre Enriqueta Terán y el baile
Por Evelyn Jácome
Es de ese amor que te enseña a ser libre, ese que te motiva a crecer y que te da aliento. Enriqueta Terán, de 46 años, está profunda e inequívocamente enamorada del baile.
Su romance nació hace 40 años, cuando sus padres la inscribieron en una escuela de ballet. Ellos recuerdan que desde pequeñita, en cada reunión familiar, se adueñaba de las miradas de todos cuando sonaba una canción.
Hoy Enriqueta -bailarina de danza contemporánea y de tango- cuenta que a nada en su vida le ha dedicado tanto tiempo como a este arte.
Verla bailar es como ver una cinta que es llevada por el viento. Va y viene con tal libertad sus movimientos se vuelven infinitos. Es un diálogo entre ella y su cuerpo, una manera de gritarle al mundo lo que es y lo que siente.
Son muchas las personas que la han inspirado, una de ellas el chileno Jaime Pinto Rivero, a quien considera su mentor.
Enriqueta -quien es docente en la carrera de artes de la Universidad Central, maestra de ballet y actualmente cursa una maestría en docencia universitaria- jamás pensó en abandonar el baile.
A pesar de las dificultades, de las horarios extenuantes (más de ocho horas al día repasando), de los retos y a veces de las frustraciones, siempre la danza fue (y es) su prioridad a tal punto que se cambió de colegio para estudiar en la noche y tener tiempo de bailar en el día.
Su niñez la pasó en las salas de ensayo, en el Teatro Nacional Sucre. Creció en los escenarios con papeles que iban desde una ranita o una ardilla, hasta su participación en más de 70 coreografías del repertorio nacional e internacional.
Hoy trabaja en la formación de jóvenes bailarines, para que sepan que se puede vivir dignamente de la danza.
–¿Qué siente cuando baila?
“Placer. Puro placer”. Podría pasar días y noches enteras bailando. Confiesa que es su forma de sentirse viva.
Por amor al baile renunció a su vida social, a momentos en familia, a feriados... pero valió la pena, admite. Tan grande es este amor que se lo heredó a su hija de 23 años, quien también es bailarina.
La pequeña baila desde los 5 años y es campeona sudamericana de Ballroom, baile deportivo. “Ella me supera”, dice complacida e insiste en que el baile tiene el poder de liberar y de sanar.
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