El Gorila, una historia navideña

2017-12-15 05:00:00
Santiago Ponce

Los pesebres son parte fundamental de Navidad y de los hogares quiteños.

EL GORILA, UNA HISTORIA NAVIDEÑA

Los pesebres son parte fundamental de Navidad y de los hogares quiteños.Por Gonzalo Ortiz Crespo (I)Todos queríamos el gorila de celuloide. Era pequeño (menos de 10 centímetros), viejo (al menos tenía 50 años), de un color indefinido (algo así como rojizo desvaído), y estaba abollado.Ya dije que era de celuloide ¿no? No valía tres centavos, pero lo queríamos tener, así que cada uno hacía fuerza al momento del sorteo. Estaba en el grupo de animales de la selva, todos de celuloide, del nacimiento familiar.Es que nuestro pesebre navideño, que ocupaba todo el oratorio de la vieja casa paterna del barrio de San Marcos, tenía animales del África. En el oratorio y, más tarde, en la habitación vecina, cada diciembre armábamos un gran nacimiento donde, a más de la escena de Belén u00c2u0096u00c2u0096la Virgen y San José, la mula y el buey y los reyes magosu00c2u0096; a más de los pueblos serranos y costeños, suizos y españoles; de los ríos, los puentes y los lagos; de las casas campesinas y las montañas, de los pastores, pastoras, herreros, panaderos, vendedoras del mercado y todo lo demás, también había la huida a Egipto.Y si había la huida a Egipto, en el nacimiento armábamos el destino: Egipto, con su arena del desierto, sus pirámides y su esfinge, que mi padre decía que ya estaban allí en la época de Cristo. Y, puestos a hacer Egipto, armábamos a su lado África, con sus animales de la selva, entre ellos, claro, el gorila.¿Por qué era tan especial? Porque al concluir de armar el nacimiento, cosa que tomaba muchos días, mi madre daba el gorila al más pequeño de nosotros para que lo colocase donde quisiese. Con 10 hermanos, a todos nos tocó alguna vez poner el gorila. Era la prerrogativa del menor colocarlo encaramado en una zagalita, en la cumbre del monte o en el mismísimo portal de Belén.Nuestro nacimiento era uno de los más visitados del barrio y, en la inmensa escenografía a escala, a más de admirar el conjunto, uno de los pasatiempos de parientes y vecinos era encontrar dónde estaba aquel año el gorila (algunos lo llamaban orangután, pero Fernando, desde pequeñito, los corregía diciendo que en África no hay orangutanes).En la casa de Los Chillos, el nacimiento ya no pudo tener las dimensiones épicas del Centro Histórico, pero mami con sus hijos y, a su turno, sus nietos, lo armaron, cada diciembre, durante 25 años. El nacimiento tuvo que reducirse aún más en el departamento del norte de Quito donde ella pasó sus últimos años. Sí, eran mucho más pequeños los nacimientos, pero era imposible que faltaran Egipto, África y el gorila.Cuando ella murió, decidimos sortear todo el nacimiento, haciendo grupos de nueve piezas equivalentes, o más o menos equivalentes. Grupo tras grupo sacábamos los papeles numerados y aceptábamos lo que la suerte nos había dado.Salvo las figuras principales, que se llevó Alfonso u00c2u0096u00c2u0096por lo que quedó establecido que, a partir de entonces, el primer día de la novena se celebraría en su casau00c2u0096u00c2u0096, las mayoría de las cosas no valían nada, en términos monetarios. No valían nada, pero valían mucho. Los recuerdos que nos despertaba cada objeto, las emociones que afloraban, las anécdotas que surgían, las risas que provocaban.Igual sucedió, luego, con las cosas de la vitrina. Cientos de figuritas, 'souvenirs' de viaje, regalos de amigos y parientes, canastas de Capodimonte, platillos de Limoges, figurillas de Sevres, espadas de acero toledano, campanas de cristal de Bohemia, jarras, perfumeros, botellitas, efigies, bailarinas, que producían exclamaciones y evocaban recuerdos de cómo nuestros padres se relacionaban con tal o cual objeto. Y había cosas más antiguas, algunas de las cuales ni siquiera sabíamos qué eran y para qué servían, como la pareja de figuras infantiles de porcelana que resultaron ser tapas de unos recados de escribir del siglo XIX, !que al inicio parecían saleros!Todo esto fue porque tomamos el camino más largo de hacer series de objetos equiparables, no lotes enteros. Resultó, por supuesto, más lento, pero más intenso, cargado de vida, de certezas sobre las raíces, de experiencias compartidas, de nostalgias, de penas y alegrías.Así, fuimos sorteando los adornos de cristal y de bronce, la platería y los mecheros, las cajas de laca de Pasto y los candeleros. ¿Venderlas en un bazar? Ni locos; cada uno quería tener un trozo de esas vidas, de esas como olas que llegaban desde los siglos XIX y XX y reventaban en nuestros corazones, olas a veces mansas, a veces preñadas de sentimientos.Salió el león, salió la jirafa, el elefante. A mí me tocó el hipopótamo. Pilar se sacó el gorila. Pero Ximena, que en un sorteo anterior se había sacado una bella muñequita antigua de porcelana, de brazos y piernas articuladas, le propuso de inmediato: Te la cambio por el gorila. Pilar aceptó y Ximena abrazó, feliz, su viejo y descolorido gorila de celuloide.La moraleja es que el valor de las cosas no es el que el mercado asigna sino el que otorga el corazón. Y la Navidad es, sobre todo, la patria del corazón.

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