El sosiego del infierno interior

2016-03-06 05:00:00
Santiago Sarango

EL SOSIEGO DEL INFIERNO INTERIOREl director del filme es el reconocido cineasta Kim Ki-duk.Por: Juan Carlos Moya (I)En el centro del bosque, en el centro de mi propio nombre, hay un lago que se sostiene bendecido por la quietud y la paz del viento. También llueve, y en la noche, además, hay lobos. Pero cada mañana -una oportunidad más- el sol se riega ante la puerta de mis ojos... parece decirnos 'Las cuatro estaciones de la vida', del director de cine surcoreano Kim Ki-duk.A menudo, los tránsitos de la vida (edades) generan desconcierto, angustia, lágrimas. Cada etapa vital viene cifrada con un misterio indecible, se convierte en un enigma donde el dolor y la alegría son territorios fronterizos.

La vida y sus ciclos se visten de palabras que muelen los nervios: soledad, celos, deseo, venganza, rencor, infidelidad.

Todas estas palabras se convierten en temas que entran en proceso de examen y meditación en la película de Kim Ki-duk.En un bosque ensoñado, un pequeño y apacible templo budista flota sobre la quietud del Lago Jusan, en medio de las montañas del parque nacional Juwangsan. Un anciano maestro cuida de un pequeño aprendiz, y juntos orillan el lago con un esquife como única posesión.Primavera, verano, otoño, invierno, y otra vez primavera, componen una sinfonía humana donde se exponen errores esenciales que merecen aprendizajes.Primavera por ejemplo, en un inicio, muestra la crueldad como signo humano: el pequeño discípulo amarra una piedra a una rana, una serpiente y un pez, en tanto ríe maligno. El maestro hace lo mismo con el niño para aleccionarle: 'No hagas a otro lo que no quieres que te hagan ti'. El niño carga la piedra y llora, ¿entiende el dolor que ha infringido a los animales? Sí. Pero mucho más devastador es el aprendizaje cuando ve que los animales torturados han muerto por su mano.En la siguiente estación, verano: el niño ha crecido y ya es un joven. Se enamora de una muchacha que visita el templo. Hace el amor a hurtadillas con ella y luego sufre tras su partida. Aquí las lecciones de vida serán el desprendimiento, anular la necesidad de poseer, controlar el deseo y las pulsiones. El deseo despierta el ansia de poseer, y el ansia de poseer despierta instintos asesinos, exclama el anciano maestro. Pero el joven (propio de su edad) 'no tiene orejas' ni exhibe credenciales de sensatez: huye tras la muchacha insultando al maestro.Cuando llega el otoño, signo de la caída, el muchacho regresa convertido en un hombre, uno hecho y desecho. Vuelve con el alma de un asesino: ha matado a la mujer por haberle sido infiel. La Policía viene tras él y se lo lleva. No sin antes recibir un tercer aprendizaje: curar el rencor. Para invierno, el mismo hombre, tras la condena, regresa al templo. Su maestro ha muerto y una capa de hielo cubre el lago. Es entonces, en el frío, etapa de inxilio (retiro interior), donde nace, se forja como un nuevo maestro: un hombre que ha convertido sus errores en aprendizajes, esos yerros de juventud son ahora sus ojos y luz.Como metáfora y epílogo, carga una pesada piedra amarrada a su espalda hacia lo alto de una montaña y en las mañanas practica artes marciales como culto a su energía física. El final -poéticamente y espiritualmente circular- deja abierta la puerta para comprender que la vida no tiene un límite definido y las caídas de un hombre son las mismas caídas de todos los demás. Película urgente la de Kim Ki-duk, cuenta desde una visión budista cómo el ser humano se quema por dentro, y rema con desespero hacia la paz interior.

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