Las crisis sensoriales son difíciles de parar

Suelen confundirse con las temidas rabietas. Se generan por estímulos en el ambiente que hacen que los pequeños no puedan calmarse aunque quieran.
Los berrinches y las crisis sensoriales se abordan de diferente forma. En ninguno de los dos casos hay un fin manipulativo. Foto: Freepik

Los berrinches y las crisis sensoriales se abordan de diferente forma. En ninguno de los dos casos hay un fin manipulativo. Foto: Freepik

7 de noviembre de 2022 08:05
Gabriela Balarezo

Con el paso de los meses y los años, los padres empiezan a desarrollar una suerte de ojo clínico para todo lo relacionado con sus hijos. Saben qué alimentos aceptar mejor, cuál es la clave para relajarlos antes de dormir o cuáles son sus juguetes y juegos favoritos...

Aunque hay algunos aspectos que requieren de una guía o información más específica. La mayoría de progenitores sabe que a los 2 años aproximadamente llegan las temidas rabietas, pero no muchos conocen que estos comportamientos propios del desarrollo podrían en algunos casos confundirse con otro tipo de situaciones denominadas crisis sensoriales.

Los berrinches, que suelen acabar con la paciencia de los padres las primeras veces, “son esperados, normales e incluso una etapa necesaria en el desarrollo emocional de un niño”, explica la pediatra especializada en neurodesarrollo Davinia García. Una rabieta se desencadena porque el niño quiere algo (ya sea comida, atención o algún objeto) y no lo puede tener o porque, al contrario, no quiere hacer algo que le desagrada, según la especialista.

Asimismo, se trata de una conducta que se desencadena cuando recibe una negativa que le genera frustración y no le permite al niño cumplir con su objetivo. Durante un berrinche, continúa García, el pequeño “está en control de su emoción”, es decir que puede terminarlo a voluntad cuando obtiene lo que quiere, satisface su necesidad o se da cuenta de que su estrategia no funciona.

Mientras que la crisis sensorial es una situación que va más allá y que estalla por un estímulo sensorial o emocional del ambiente, explica la pediatra. Este “gatillo sensorial” varía en cada niño. A algunos niños les afectan los ruidos o los olores y, en otros casos, se relacionan con lo visual, el movimiento o el sobre cansancio.

Santiago, el hijo de 5 años de Teresa Castro, le suceden cuando está cerca de perros que ladran. Cuenta la mamá que el pequeño tiene respuestas “exageradas, que duran más de 15 minutos y es difícil calmarlo”.

Así son las crisis sensoriales: parece que desbordan al niño. Es que los estímulos generan “una respuesta completamente abrumadora en el cerebro”, precisa la experta. Por eso no logran calmarse aunque quieran. 

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