Si pudiera no decirte adiós
Te conocí hace catorce años. Tú estabas con tu familia, que había venido de Colombia huyendo de la violencia. Lo único que no dejaron atrás fue a su pareja de preciosos perros policías alemanes y a sus cachorros. Tenías dos hermanos. Pero tú y yo hicimos un pacto de amistad apenas nos vimos. Te llevé a nuestra casa y fuiste maravilloso con nosotros desde un principio: policía y ladrón; payaso y serio; duro guardaespaldas y tierno compañero; alumno y maestro pues, así como aprendiste nuestras costumbres, nos enseñaste lo que significa la paciencia, la lealtad y el amor incondicional. Fuiste el mejor toro de lidia para mi hijo y de eso quedan aún algunas toallas deshilachadas. Fuiste mi sombra y sabías comunicarte conmigo. Hoy, antes de que partieras te dije: “Si pudiera no decirte adiós”. Sé que me pediste que no llorara porque nos volveríamos a ver. Entonces, te pregunté si sabías si Dios en Su infinita misericordia permitía que los perros fueran al cielo. Me diste el último beso en el dorso de mi mano y se extinguió la luz de tus ojitos. “Lobo”, estoy segura de que tu respuesta fue un