lunes 15 de agosto 2022

Nunca nos diremos adiós

Edna Iturralde

Mi abuela materna, la Ñata (Rosana Tinajero Albornoz), decía que el camino se hace al andar. La recuerdo tan bien con su pelo ondulado, cortado a la moda de los años veinte, con un flequillo rizado sobre la frente y sus lentes con monturas delgaditas de oro.

“Das un paso primero y ya estás comenzando, después das el otro y ya estás avanzando”, aseguraba mientras sus ojos verdosos destilaban ternura. La Ñata era una sabia.

Al nacer mi mamá, su única hija, le hicieron una operación cesárea y como encontraron siete tumores en el útero, se lo extrajeron. Esto causó que, al no producir estrógeno de tan joven, su cuerpo sufriera lo que se llama en la terminología médica una ‘cifosis’, el aumento de la curvatura de la columna vertebral y como consecuencia una joroba. Pero a ella no le importaba.

Siempre optimista se reía y decía “Esté yo caliente, que se ría la gente”. Fue un ser adorable que tocaba el piano con primor y siempre tenía listo un pedazo de torta y un cafecito para quien se asomara por casa.

Y también decía: “El adiós nunca es eterno mientras te recuerden”. Y así es. Ñatita: nunca nos diremos adiós.