lunes 12 de agosto 2019

De piedras y de la primavera

Edna Iturralde

Es una piedra grande. Busco un parecido con el perfil de un humano o de algún animal y no lo hallo. Es una piedra. Traída por la última era del hielo, hace diez mil años, ahora está en medio de este bosque nórdico. Una piedra cubierta por musgo. Una piedra vestida de verde de varios tonos que van desde los más claros a los más oscuros. Musgos gruesos y suaves al tacto, algunos son ásperos pero exquisitos, unidos por fibras entrelazadas. Otros, adornados con flores blancas y diminutas con hojitas en forma de corazón. Pienso que, aunque es un ropaje magnífico —como la Cenicienta— lo perderá y volverá a su color gris cuando llegue el invierno. Me pongo triste. “¿Qué sientes cuando pierdes todo?”, le pregunto. Por supuesto que me responde. La oigo en mi mente que es donde se escuchan las cosas mágicas. “El invierno no dura para siempre y cuando regresa la primavera me vuelvo a vestir con mi traje verde y soy feliz”. Yo sonrío. Vaya, hasta las piedras pueden ser felices. Concluyo que es posible que perdamos hasta el corazón, pero siempre hay la esperanza de que regrese la primavera y ella nos lo devuelva.